viernes, 8 de noviembre de 2019

Volver a amar... da miedo

Conoces a alguien, pasan cosas, comparten tiempo, espacio, cada vez te gusta más, empiezan las ilusiones y expectativas, cada vez necesitas conversar más con esa persona, verla, tocarla, y en cada encuentro la intensidad va subiendo...

En ese momento todo es alegría, como si nunca hubiera existido pena y el pasado solo es un recuerdo que hasta dudamos que haya pasado...

Ese efecto "anestesiante" nos provoca un revuelo de sentimientos, hormonas y pensamientos que no queremos que se termine. Es una bocanada de esperanza fresca que nos devuelve la vida y nos hace ver la vie en rose...

Luego empiezan las crisis, los toques eléctricos de realidad, porque la fase de luna de miel ya pasó, ya ha trascurrido un tiempo desde que las mariposas estuvieron revoloteando en nuestros estómagos y se cansaron de solo dar vueltas sin sentido. Fueron digeridas por nuestros ácidos gástricos.

Ahí es cuando empieza la verdadera relación y realmente empezamos a saber si esa persona es quien queremos a nuestro lado, con todo lo que implique, con toda su mochila de cosas, con sus manías y cultura... ahí es cuando tocamos el piso nuevamente, la nubecita rosada se esfumó.

Y pueden darse dos escenarios: Estamos dispuestos a compartir nuestra vida, con todo lo que traemos a cuestas, con esa persona y su legajo... o... No tenemos la voluntad para construir nada porque tenemos tanto de qué hacernos cargo que suena a molestia, y preferimos dejarlo hasta ahí o pasarlo bien sin compromisos (pero esto último es caminar sobre fuego).

Como bien dijo alguna persona sabia por ahí, estamos hechos de historias... Historias buenas, malas, no tanto... cicatrices, heridas de guerra, algunas aún sangran, pero no lo vemos (o no queremos verlo), miedos, penas que arrastramos cual cadenas, pero sobre todo recalco el miedo... a volver a entregar el corazón...

Estas heridas no necesariamente tienen que ver con alguna relación fallida o frustrada como le dicen, sino pueden ser heridas que vienen desde nuestra infancia, pero con cada relación que no prospera, vuelve a sangrar.

Ejemplifico esto: si yo en la infancia tuve una madre (o cuidador@) que no estaba cuando necesitaba, o estaba pero no atendía mis necesidades básicas de cariño, solo se preocupaban de que no nos faltara lo material, o simplemente nos daba lo que en realidad ellos querían pensando que nosotros lo queríamos (porque no podían mentalizarnos*), o fuimos abandonados a terceros, o maltratados, y así en peor... Sin ánimo de culpar a est@s cuidador@s, es lo que pudieron hacer con lo que tenían... estas cosas que parecen sin importancia, causan heriditas que van creciendo a medida que vamos acumulando experiencias, sobre todo si estas reflejan de alguna forma esto que vivimos.

Y muchas veces no es algo consciente, incluso existen personas que idolatran a est@s cuidador@s, pero el inconsciente está siempre alerta con la herida fresca, listo para defendernos, incluso de nosotros mismos, y como su nombre lo dice, no es consciente de que el escenario ha cambiado.

Y retomo el tema de la pareja, que es en este caso mi punto central. Cuando estamos ante este miedo a volver a entregar el corazón, es cuando saltan todos estos temas inconscientes que nunca lo hicimos conscientes, que nunca tocamos, que nunca trabajamos, por desinterés, por ignorancia, por falta de recursos, o simplemente por miedo a salir de la zona de confort.

Y para hacerla corta, creo que hay que preguntarnos, qué es lo peor que podría pasar si vuelvo a entregar el corazón? Muchos vivimos con tragedias cada pérdida de pareja, el drama nos envuelve porque no sabemos regular nuestras emociones, ya que nunca ejercitamos esa parte de nuestro ser, no solo el cuerpo hay que ejercitar para ser sanos, también la regulación emocional.

Tenemos miedo a volver a sufrir, a volver a sentirnos vacíos. Y yo les propongo a preguntarse en un momento de interna reflexión: Es realmente esta persona la que me dejó vací@? o simplemente ya estaba vací@ antes y quería llenarlo con ella?

Aunque suene feo, muchas veces llenamos nuestros vacíos con personas, por eso nos duele tanto cuando se van. Y eso que dicen de que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, tiene que ver con que si la persona fue significativa en nuestra vida, el dolor es parte del proceso de la pérdida, el duelo, y es natural cuando uno tenía intenciones de algo bueno, pero el sufrir es cuando elegimos que ese dolor se apodere de nuestras vidas porque no sabemos como manejarlo, no sabemos como regularnos, nos hace revivir alguna herida que se espeja con la experiencia.

Y justamente no vemos que fue eso, una experiencia. Recuerdo cuántas veces sentí que iba a morir por perder una pareja, porque no sabía manejar la situación, no podía ver lo que estaba mal y lo que estaba aprendiendo. Con el tiempo, y trabajo conmigo misma, acompañada de profesionales en diferentes etapas a las que decidí pedir ayuda, aprendí que había heridas que me acompañaban en mis relaciones, y sumado a las heridas que traía esa otra persona, ocurría un choque fatal, que derivó en dramas, en relaciones tóxicas, en violencia incluso, en martirio innecesario, sin poder ver que nuestras heridas se reflejaban.

Soy creyente de que las personas que aparecen en tu vida son las necesarias para aprender algo, porque las atraemos según como nos sintamos, como estemos emocionalmente en ese momento, y probablemente tengan heridas parecidas a nosotros, e inevitablemente nos proyectamos mutuamente en el otro, y es ahí donde aparece esta oportunidad de aprendizaje. Pero no siempre se da esta situación de darse cuenta, porque todavía estamos cegados a pensar que es difícil amar, que duele entregar el corazón, y no podemos ver que cada situación es una oportunidad de sanar y de conocernos a nosotros mismos mediante lo que nos molesta del otro. 

Y si no sanamos, volvemos a repetir estos escenarios continuamente. De ahí que mucha gente dice "Por qué atraigo pura gente mala?" probablemente la respuesta está en tu interior.

Puedo seguir alargando este escrito, pero creo que por ahora es suficiente para mi objetivo de que puedan pensar en todo esto y mirarse su interior, ver si les ha pasado, si ese miedo está ahí y poder ir más atrás en sus historias. El darse cuenta es el primer paso.

Seguiré en otras entradas más adelante, espero esto les sirva para entender de donde viene el miedo y el sufrimiento al que no queremos enfrentarnos en nombre del Amor...


Celia Cristaldo
Diplomada en Consejería afectivo-sexual


*Mentalización: la capacidad que tiene el cuidador de entender/interpretar nuestras necesidades cuando somos infantes y no podemos pedir lo que necesitamos aún, a partir de un apego sano.