martes, 19 de diciembre de 2017

Qué dulce encanto tiene tu recuerdo, Mercedita...


Fue un jueves, cómo olvidarlo... me despertaron brúscamente esa mañana, y yo de un salto partí a sentarme a tu lado. Te vi tan rara, tan diferente... ya no estaba esa sonrisa loca que reflejaba la mía, tus ojos ya no veían lo que había en los míos, ya no eras tú, te estabas desvaneciendo minuto a minuto.

Luchabas insistentemente, no querías darte por vencida. Tu alma era más poderosa que esa fatídica enfermedad que quería tumbarte. No querías darle el gusto de vencerte, de que te sacara lo más preciado que tenías.

Quería ayudarte, lo juro, quería poseer toda la magia del universo, y con mis manos, con mi más grande amor, hacer desaparecer todo el dolor que estabas sintiendo... pero no tenía ni el poder ni la fuerza para hacerlo... te me ibas, frente a mi asombro, podía ver salir tu espíritu, tus palabras ya no hilaban frases coherentes, tus manos ya no tomaban las mías, te perdía, te me arrebataban... por qué???

Me arrimé cerca de tu cabeza para acariciarte esos cabellos de plata... cada caricia desesperada por atajarte me dolía más que nada, como si fueran las últimas... y de hecho las eran... Puse mi boca cerca de tu oído, y con la mejor de mis fuerzas, dando mi mejor concierto, te canté la última serenata... "Qué dulce encanto tiene tu recuerdo, Mercedita..."

Te calmaste un instante, tomaste impulso para seguir luchando, porque esa eras tú, una amazona que no daba respiro ni tregua a las amenazas, arremetías contra lo que viniera, tu pecho era la muralla, como buena mujer paraguaya, mi Kuña Guapa...

Cada vez estaba más cerca ese momento, se podía cortar el aire con los dedos, las lagrimas no se hicieron esperar, tuicha mba'e ningo la ojuhua ñandeve...

Tomé mi lugar en un extremo para prepararme, te tomé los pies, esos pies que no tocaban la tierra porque siempre fuiste un ángel que bailaba en el viento, y te los acariciaba con la esperanza de que no te me fueras volando...

Mi corazón sufría un colapso, no entendía cómo seguía latiendo ante semejante dolor, tanta impotencia de estar mirándote, postrada, sufriendo, y no ser capaz de detenerlo, ni con todo el oro del mundo.

Tu cuerpo se estremecía en la guerra, tu piel cada vez más fría, tu respiración cada vez más lejana... te me ibas... te perdía... me dolía... Sabía que no había vuelta atrás, cómo resignarse en ese momento? o alguna vez? Era imposible, me pedían demasiado...

Dime, quién irá a esperarme con ansias ahora que no estarás? Quién me llenará de amor el plato y me contará historias de su vida? Dime, quién tomará tu lugar?

Seguías respirando, muy bajito ya, muy desvanecida estaba ya tu llama, comenzabas la retirada, empezabas a desaparecer frente a mis ojos llorosos, tu rostro ya no era el mismo, tus manos ya no tenían el calor que llenaba mis vacíos, en tus brazos ya no quedaban abrazos para regalarme... la muerte me envidiaba y vino a robarte para ella, para que le regales cada día lo que a mí ya no podrás...

Y mientras te marchabas, yo me preguntaba... "Y ahora qué hago sin tí abuelita?"
Ciertamente sigo aquí, día tras día, viviendo sí... en tu nombre, llevándote en mí a todas partes, para que sigas viendo y haciendo todo aquello que sé que deseabas. Pero me falta un pedacito de corazón, el del centro, y se quedó frágil... costará volver a fortalecerlo... pero lo haré porque vengo de tí...

Finalmente dejaste de luchar... pero le dejaste claro a la muerte que no fue para darle el gusto, no te fuiste rendida, no se lo pusiste fácil... Sin duda te respeta.

Y te vi partir ese 16 de marzo, bailando en tu vestido rosa, cubierta de flores y brillo, dejando un vacío impresionante, sin importar cuan fuerte te haya abrazado, tu alma me traspasó y se fue...

Hoy eres polvo de estrellas, esparcido en el viento, en el aire, y en cada bocanada te tomo, en cada respiro te acojo, en cada suspiro te siento, y en cada recuerdo te llevo...
"Qué dulce encanto tiene tu recuerdo, Mercedita... aromada florecita, amor mío de una vez..."


Para mi abuela Perla (Mercedes Sanchez)